Microsoft da un paso histórico: retira servicios a unidad israelí tras denuncias de vigilancia masiva
- Harley Nuñez

- 9 oct
- 2 Min. de lectura

En las últimas semanas, Microsoft ha enfrentado crecientes denuncias por su papel tecnológico en el conflicto israelo-palestino. Una investigación conjunta de medios como The Guardian, +972 Magazine y Local Call reveló que la Unidad 8200 del Ministerio de Defensa de Israel utilizaba la plataforma en la nube Azure para almacenar y procesar llamadas civiles de palestinos en Gaza y Cisjordania, lo que fue interpretado como vigilancia masiva.
Tras estas revelaciones, Microsoft anunció que ha cesado y desactivado ciertos servicios de nube y de inteligencia artificial para esa unidad específica del ejército israelí. Según la empresa, esos servicios violaban sus términos de servicio, que prohíben expresamente el uso de sus tecnologías para vigilancia de civiles.
¿Qué implicaciones tiene este movimiento?
Presión ética y legal sobre las tecnológicas: Empleados de Microsoft han protestado internamente, organizaciones de derechos humanos están exigiendo transparencia, y accionistas han pedido revisiones sobre cómo la empresa garantiza que sus servicios no se usan para violaciones de derechos humanos.
Debates sobre complicidad: El caso plantea la pregunta de hasta qué punto una empresa tecnológica puede ser responsable del uso que hacen los clientes (en este caso gubernamentales) de sus servicios, especialmente cuando existe la posibilidad de que se usen para actos que puedan vulnerar derechos fundamentales.
Reputación e imagen pública: Microsoft está intentando manejar las repercusiones mediáticas y reputacionales del caso, destacando que sus términos de servicio prohíben el mal uso, y que ha iniciado revisiones externas. Pero críticos señalan que estas acciones pueden ser solo parciales y que aún mantiene contratos amplios con el ejército israelí.
Límites y críticas al anuncio
Microsoft reconoce que no tiene visibilidad total sobre cómo sus tecnologías son usadas en servidores privados del cliente o dispositivos externos, lo que complica determinar responsabilidad directa.
Proyectos como Proyecto Nimbus, que involucra a Google y Amazon, también han motivado protestas, alegando que servicios de nube podrían ser usados para vigilancia o acciones militares.
Organizaciones como Amnistía Internacional señalan que el corte parcial de servicios a una unidad no basta, y exigen responsabilidad mayor, auditorías independientes y compromiso de las empresas tecnológicas con los derechos humanos.
El “plantón” de Microsoft al ejército de Israel —el cese de ciertos servicios para la Unidad 8200— marca una decisión significativa, que podría generar precedentes importantes en cómo las grandes corporaciones tecnológicas gestionan sus contratos con gobiernos en contextos conflictivos. Aunque no se trata de una ruptura total, sí evidencia que la presión ética y pública puede conducir a acciones concretas. Queda por ver hasta dónde llegará esta tendencia: ¿más tecnológicas seguirán ese camino? ¿Cómo regulaciones y leyes internacionales responderán a estos nuevos dilemas?





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